Título: Historia del Dodo

Autor: Malcolm de Chazal

© Madrileña de Juegos, creativos y Literarios, -
Nora GCL, 2013
1ª edición

Reimpresión de la Edición de Editorial Vuelta, 1993.

Traducción de José Manuel de Rivas
ISBN: 978-84-940898-4-8
170 Páginas

Dimensiones: Edición de Bolsillo. 108x175

 

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Se presenta aquí, la primera obra en castellano que recoge una selección de textos del polifacético Malcolm de Chazal (1902-1981), escritor de Isla Mauricio que entusiasmo a Bretón, Bataille, Dubuffet y muchos otros intelectuales de la época. Probablemente el escritor francés más original e interesante de los últimos cien años;  que recuerda al mismo tiempo las greguerías de Ramón Gómez de la Serna y la vehemencia visionaria de Blake; que hablaba de los calcetines de la luz, del estornudo azul y de la amplitud del escote de las flores; que discutía el significado del infierno con demonios surgidos de la piedra; que hizo de su isla y de sí mismo, un continente mítico; que escribió una carta abierta a Gide para “convertirlo” y otra a Sartre para desafiarlo...

 

Una auténtica obra sobre la mitología de las isla así como original guía turística con multitud de guiños a la geografia, y que impresionarán al viajero más literario.

 

Carta abierta a Jean Paul Sartre

(Primeras páginas de la carta enviada por Malcolm de Chazal a Jean Paul Sartre)

 

Un abismo fundamental nos separa: el cono del conocimiento presenta vértices opuestos en nuestros dos espíritus: el de usted apunta hacia el Caos y el mío hacia Dios. Visto desde mi lado de la vida, su espíritu muere en la nada: su inteligencia se aplana a medida que intenta subir hasta la cima suprema de todo. Usted espacia la vida y diluye su percepción a medida que busca abrazar el conocimiento de lo viviente como un todo. Usted se vuelve menos inteligente con cada paso que cree dar hacia el Conocimiento: toda percepción lo abandona en ese estado y usted se pierde en una pura matemática de palabras. Yo, por mi parte, hago completamente lo contrario, y hago de la vida síntesis cada vez más altas, a medida que mi espíritu progresa hacia el Todo y hacia el Uno –último término del espasmo supremo del Espíritu. El foso que hay entre nosotros consiste en que yo avanzo mediante síntesis resintetizadas sin cesar al infinito, mientras que usted, por su parte, analiza al infinito, despedazando la vida y subdividiéndola para perderse en la nada. Nuestros caminos de pensamiento son pues antípodas. Es por ello que nuestros espíritus no pueden sino chocar. Usted mismo, Sartre, tiene al menos una cosa en la tierra que adora por encima de todo en el sentido noterrestre del término. Ahora bien, proyecte ese objeto de su amor sobre el plano de lo universal, y pronto habrá encontrado a Dios. Pues Dios no es otra cosa sino esto: el Inmanente del amor, que vuela más allá de toda concepción terrestre, e inunda de infinito nuestro ser, y nos deja en la lengua el sabor de la inmortalidad. Todo eso, me repetirá usted, no le interesa, porque para usted, sólo existe una cosa, la que los sentidos táctiles inmediatos del espíritu han captado –el resto no es nada–, y no hay nada más que su inteligencia, en toda su inmanencia, no rechace como una ilusión. Y como un niño, usted quiere atrapar al relámpago con la mano y la luz con sus dedos y puesto que mano y dedos no atrapan más que el vacío, usted se dice que eso es el vacío, y relega las cosas vivientes al rango de alucinaciones. ¡Si pudiera usted volverse como yo, loco de sueños, y pisotear las ilusiones de la materia! Si el espíritu lo es todo, cuánto más substancial será la cosa que palpamos con nuestra mirada interior, más que todas las cosas que nuestros sentidos físicos atrapan pero que, a cada momento sin embargo, se escapan hacia otra cosa, y por ese mismo hecho viven lo irreal, y de las que el ojo humano, lástima, en estas carambolas sin fin, no capta sino las imprecisas líneas luminosas de las bolas de billar que se entretejen y sólo dejan en el aire su estela, mientras su substancia permanece impenetrable. Yo quiero ver las bolas mismas en movimiento, que se mueven a la velocidad del relámpago; y para hacerlo, me sirvo de mis ojos espirituales, medida de todas las medidas, cuentakilómetros ilimitado, acelerador y desacelerador infinito del movimiento de las cosas. Usted en cambio se vale del ojo del espíritu para ver la vida desde afuera –visión intelectual pura que filma únicamente la vida exterior. Yo apelo a mi vista espiritual, y cierro mis cortinas físicas al mundo circundante, para reencontrar ese mundo en mí –integrando el mundo exterior a mi substancia cerebral, tras haberme integrado yo mismo al mundo, pasando así al interior de la esencia de las cosas y viéndolas desde dentro hacia afuera. Usted es centrífugo de pensamiento, y yo soy centrípeto. Mi método me lleva a sentirme el eje del Universo cuando pienso –y es por ello que yo siento a Dios, mientras que usted se desplaza pura y simplemente por medio de argumentos. Usted viaja en el mundo; yo, permanezco inmóvil y atraigo el mundo hacia mí, y trato de ser un visitante del Infinito en mi propia alma, introduciendo en mí todo el carrusel de lo viviente, sembrando el Crepúsculo en los decorados del mundo viviente, para ver el sol del Más Allá en mí mismo. Usted está en la Cifra, yo estoy en el Número. Usted se divide, yo me in-divido; yo hago de mi ser entero –carne, espíritu, doble y alma– un solo bloque coherente para ver la Unidad. Usted corre, jadeante, hacia el Conocimiento, lo persigue a cada vuelta de las cosas; y, en esta carrera, su pensamiento se extravía, y usted jamás regresa a la fuente primera, y con ese juego usted se va cada vez más lejos de sí mismo, y con ese juego usted se va cada vez más lejos de sí mismo, y su espíritu se embrutece en el análisis, como una mirada se enceguece por querer ver demasiado –mientras que el ojo hiperconcentrado en sí mismo ve el paisaje

entero del cielo en una sola flor, tal como un rayo bien mirado basta para abrazar al cielo inmenso, y una jarra de agua, vista de muy cerca, esconde mares inexpresables. Éste es mi método. CONTINUARÁ…

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